Somos un grupo de profesionales dedicados a temas de infancia y estamos preocupados por el trato que reciben los niños de 0 a 4 años en el ámbito artístico y publicitario.

Nuestro propósito es hacer visible la omisión del sufrimiento infantil. Muchas formas de distrato ocurren a la vista de todos. Estas situaciones dan cuenta del modo en que el padecimiento infantil puede hacerse fácilmente invisible y ser ignorado en nuestro medio social.

La participación de niños de 0 a 4 años en escenas con alto grado de dramatismo y violencia los afecta inevitablemente, ya que un niño tan pequeño no puede aún comprender el carácter ficcional de lo que está viviendo, no puede “actuar”.

También nos preocupa el mensaje que estas escenas ficcionales trasmiten a la sociedad, ya que naturalizan el sufrimiento infantil. La omisión del niño como sujeto, la ausencia de atención ante su padecimiento y la falta de intervención son variables legitimadoras de una práctica social que no se conmueve por el sufrimiento de los más vulnerables.

Nos interesa recibir aportes de nuestros lectores: reflexiones, material audiovisual, sitios relacionados con la temática, dibujos infantiles, entre otros.

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domingo, 24 de abril de 2016

Nota publicada en la Revista Interdisciplinaria de Doctrina y Jurisprudencia. Derecho de Familia, Abeledo Perrot, Buenos Aires. Diciembre 2013

Acerca de la participación de niños pequeños en el ámbito “artístico”.
Entre el miramiento y la omisión del sufrimiento psíquico infantil.

Autora
Claudia Gerstenhaber
Agradecimientos
A Sabrina Viola, por su asesoramiento en la producción de este trabajo


"Cuando se hace caer a los niños en trampas, cuando dicen una tontería, sacando directamente una consecuencia de un principio impertinente que se les ha dado, uno se ríe a carcajadas, se triunfa por haberlos engañado, se los besa y se los acaricia como si hubieran hecho todo bien (es el mimoseo). Pareciera que los pobres niños solo hubieran sido creados para divertir a las personas mayores, como si fueran perritos o monitos" (Fleury, Claude: Traité des Etudes,1686 citado por Philipe Ariés.1987).


Introducción: La importancia del buen trato en los primeros años.

Los estudios acerca del desarrollo emocional del niño coinciden en sostener que las etapas tempranas del crecimiento se caracterizan por la vulnerabilidad y la dependencia afectiva del niño. En los primeros años de vida las experiencias que transita un niño pequeño poseen un profundo valor psicológico y también educativo en tanto favorecen o perturban la relación que el niño establece con el mundo que lo rodea y con las personas con quienes se vincula. En este sentido, las buenas experiencias de cuidado y buen trato sentarán las bases de una confianza en sí mismo en tanto el niño se reconoce como un sujeto digno de confianza y al mismo tiempo aprende a confiar en los demás. (Erikson,1973)
Por el contrario las experiencias desagradables pueden generar impactos emocionales que afectan su desarrollo. El trato insensible tiene consecuencias en tanto produce un padecimiento psíquico que dependiendo de su intensidad puede encontrar formas de tramitación más o menos adecuadas afectando aspectos importantes de la constitución subjetiva tales como la percepción del mundo, los sentimientos de seguridad y la autonomía progresiva.
John Bowlby, psicoanalista estudioso de las primeras relaciones vinculares, señala que si un niño ha tenido figuras de apego estables, sensibles y dispuestas a responder a sus demandas emocionales en los primeros años de vida, a medida que crezca, se encontrará en mejores condiciones para alejarse y explorar el mundo. Los adultos significativos proporcionan al niño una base segura en tanto son capaces de reconocer sus estados emocionales y satisfacer sus necesidades básicas de afecto y protección. Al contrario de lo que sostienen algunas creencias muy habituales, es importante destacar que no existen evidencias para afirmar que un niño así tratado en su infancia haya sido excesivamente mimado y por ello pueda convertirse en una persona muy “consentida”. (Bowlby, 1986)

Si bien estas afirmaciones están ampliamente difundidas aún existe una brecha entre los discursos y las prácticas sociales que involucran a los niños pequeños. En efecto, a menudo se observan prácticas de cuidados infantiles basadas en la omisión de las evidencias que arroja la investigación acerca de la vulnerabilidad emocional y las condiciones necesarias para una adecuada constitución subjetiva. En otras palabras, se sabe que es de vital importancia el buen trato y la ternura, se sabe que los niños necesitan contención y asistencia amorosa para tramitar sus estados emocionales, el conocimiento está al alcance de todos y sin embargo, las expresiones de aflicción o de padecimiento a menudo son minimizadas o tratadas con indiferencia por los adultos. Se piensa que el llanto del niño es algo normal, a menudo se sostiene que son actuaciones o caprichos que los pequeños implementan para manipular a los adultos. El llanto, que es la expresión de un estado de aflicción es interpretado como una conducta normal o natural propia de los niños. De este modo los adultos evitan entrar en intimidad con los estados emocionales del niño, especialmente con aquellos que aún no manejan el lenguaje de los adultos para poder comunicar sus sentimientos.
La comprensión de los procesos emocionales de los más pequeños se convierte en un problema difícil de resolver para los educadores tanto familiares como escolares. Lo que surge entonces es la necesidad de transitar esta brecha entre los discursos y las prácticas, observar y abrir el debate en diferentes contextos acerca de qué es lo mejor para el niño.
Centrar el interés en el niño significa producir un quiebre con algunas creencias habituales que sostienen y naturalizan formas de hacer, pensar y sentir con respecto a los niños. Esto implica crear condiciones que permitan repensar las formas de trato e iniciar procesos de elucidación de aquello que, por ser tan habitual se percibe como natural e inmodificable. El término elucidación se utiliza en este escrito tal como lo define Castoriadis (1989) en su libro “La institución imaginaria de la Sociedad”:
“Lo que llamo elucidación es el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo que hacen y saber lo que piensan”

Se trata de observar el modo en que significamos y el sentido que le asignamos a nuestras prácticas sociales. Volver a pensar y tomar consciencia de nuestro pensamiento para dar lugar a que lo impensado se haga visible.
En los apartados que siguen nos ocuparemos de la inclusión de niños pequeños, específicamente de los menores de 3 años, que participan de actividades en el ámbito artístico. Nos proponemos llamar la atención acerca del modo en que se incluye a los niños y el trato que reciben cuando se los expone a participar en escenas con alto contenido dramático.
Esperamos que estos aportes permitan mejorar la comprensión de los factores que intervienen y del sentido de lo que acontece. Esto implica hacer visible algunas cuestiones, desocultar el carácter cultural de las prácticas sociales vinculadas a los primeros años de vida y hacer transparente la trama de factores que naturalizan y legitiman ciertas prácticas sociales.

Primer ejemplo
Un niño pequeño que participa en escenas de una telenovela.

En el marco una telenovela se ve a un niño de aproximadamente 3 años participando de una historia con ribetes policiales mezclada con engaños y conflictos de pareja. En la escena el niño está en una habitación con su madre, supuestamente secuestrados por el “falso padre” que en realidad es el villano de la historia quién engañó a la madre, se casó con ella y ocupó el lugar del padre. En esta escena el “falso padre” ha sido descubierto, y se encuentra acorralado porque la policía viene a buscarlo. Ha encerrado en la habitación al niño con su madre. Las imágenes muestran a la madre tranquilizando al niño, le repite varias veces que todo va a estar bien, aunque el niño no parece estar preocupado o prestando atención a lo que ella le dice. De pronto, bruscamente, abre la puerta el “falso padre” con un arma en la mano. Se producen intercambios dramáticos entre ambos actores, el marido y la mujer están agitados, expresan tensión y angustia. Apenas entra, la madre alza al niño en sus brazos, el hombre trata de sacárselo, ella lo defiende apretándolo contra su cuerpo. La mujer grita angustiosamente que no lo toque que por favor no le haga nada. El hombre le habla a la mujer con tono amenazante, le grita que se calle, le anuncia que allí habrá una masacre. El niño está en los brazos de la madre, tiene un semblante serio y tenso, se lo ve asustado tratando de ver lo que sucede mientras ella le sostiene la cabeza contra su cuerpo tratando de preservarlo. Con el arma en la mano el hombre vigila las ventanas y la puerta mientras ella le ruega que se entregue. Un policía irrumpe en la habitación, la madre grita asustada siempre con el niño en brazos. El policía y el “falso padre” se apuntan mutuamente con armas de fuego, pero el policía en realidad responde a sus órdenes. Entonces, el hombre le dice al policía que es un imbécil y le ordena que se retire. La madre lo acusa de “comprar” al policía, le dice que corrompe a todos. Otra vez el villano se le acerca y ella se aleja apartando al niño para que no lo agarre y empieza a gritar pidiendo ayuda suponiendo que alguien de afuera de la habitación la puede escuchar. El hombre se abalanza sobre ella para hacerla callar y el niño queda apretando entre los dos, ella le dice al hombre que él le da asco. El hombre trata de quitarle al niño nuevamente, le ofrece sus brazos mientras le dice: “Ven con tu papá mi amor que haremos un sacrificio”. El niño acepta de buen grado, se deja llevar mientras ella ruega que no le haga nada, finalmente se lo entrega a un guardaespaldas que acaba de entrar para decirle al jefe que la zona está despejada, que ya puede salir. El niño es llevado por el guardaespaldas, se retira de la escena mientras mira a su madre que grita y llora angustiada: “¡Dámelo, dámelo mierda!”
El niño no habla durante esta escena, por momentos emite algunos gemidos. Pero acorde a la tensión que transmiten los actores, su rostro se va transformando, se lo ve asustado y tenso, mueve sus manos nerviosamente, se lleva una mano a la boca, por momentos trata de soltarse e intenta mirar lo que está pasando. [1]

¿Se puede afirmar que el niño está actuando?
Un adulto que participa de un programa de ficción generalmente es un actor profesional que se ha preparado para interpretar un personaje. El actor acepta una propuesta, la estudia previamente, firma un contrato, conoce las reglas de juego y despliega luego, ante las cámaras, sus habilidades expresivas para darle realismo a un relato que sabe que no es verdadero.
Pero tratándose de un niño pequeño ¿podemos decir lo mismo? ¿Es posible afirmar que el niño está actuando? ¿A partir de qué momento evolutivo podemos sostener que el niño reconoce el carácter ficcional de lo que está vivenciando? ¿Cuánto sabe de lo real o ficticio de lo que acontece a su alrededor? ¿Cómo hace para procesar situaciones dramáticas cuando contienen hechos de violencia o agresividad explícitas?
En este punto resulta imprescindible definir si el niño está actuando o no. Afirmar que se trata de una actuación, podría silenciar el hecho de que la exposición mediática resulta nociva por el impacto emocional que le produce. Cuando se observa que muchas de sus reacciones denotan sufrimiento, miedo o angustia real, se instala la pregunta acerca del modo en que puede quedar afectado por esta experiencia. Si, por el contrario, el niño está en condiciones evolutivas de reconocer el carácter ficcional de la experiencia que está viviendo, su participación cobra otro sentido.
Considerar a un niño de tres años un actor y afirmar que está actuando es al menos riesgoso en la medida en que no nos permite hacer visible el estado de perturbación emocional que experimenta.
Deberíamos preguntarnos si realmente existen técnicas actorales o de dirección artística que le permitan a un niño de corta edad descentrarse de sí mismo y asumir el papel de “otro”, convertirse en un personaje creado por un guión que le es ajeno.
En esta etapa, entre 0 y 3 años, el niño no puede asumir un personaje a menos que se trate de su propio juego. Cuando juega el niño crea sus propias reglas de juego, expresa emociones y fantasías. En el juego se tramitan emociones, se ensaya para la vida, se satisface el deseo de ser grande o fuerte y poderoso. El niño ejerce su poder y es el dueño del campo de juego, decide y elige el personaje que desea desempeñar, construye su propio libreto. Puede cambiar de idea, interrumpir y retomar. Puede repetir incansablemente el juego. (Scheines, 1986 )

En esta etapa signada por el egocentrismo, se inicia el desarrollo de la función simbólica. Cuando un niño pequeño comienza a jugar al “como si”, cuando juega al papá y a la mamá o al doctor lo hace imitando a figuras de su entorno cotidiano que le son familiares y conocidas. La aparición del juego simbólico no implica que tenga la capacidad para representar un papel o asumir un personaje. Jugar y actuar no son la misma cosa.
Para poder participar en forma consciente de una actividad teatral a sabiendas de que se trata de una ficción y para reconocer a los otros como personajes que también están actuando, el niño necesita una maduración psíquica que se adquiere más adelante.[2]

Al exhibir el padecimiento psíquico considerado como parte de una “actuación” se va creando una aceptación y un consenso que legitima y produce silencios. La imposibilidad de reconocer que sus reacciones emocionales son sentimientos reales es una forma de “distrato”, o sea de indiferencia hacia el niño como sujeto. Esto implica hacer de cuenta que “porque aún es chiquito, no entiende”, y que “si no entiende no sufre”. Estos hechos evidencian una ausencia de miramiento que consiste en pensar que, como los sentimientos infantiles son pasajeros, no tienen importancia.

En la escena que describimos, se observa a un niño pequeño incapaz de comprender aun lo que significa una actuación, experimenta emociones reales que lo confunden. Percibe el dramatismo y queda atrapado en una historia que lo afecta. Se lo obligado a jugar al juego de los adultos como si esto no pudiera afectarlo, como si no comprendiera, como si no se diera cuenta. El estado emocional del niño queda expuesto ante las cámaras y es funcional al relato, contribuye a lo que la escena quiere mostrar.
Algunos gestos del niño que podrían interpretarse como estados de ansiedad no alcanzan para detener el avance de la actuación, el desarrollo de la escena continua. Las expresiones emocionales del niño que podrían mostrar su perturbación no resultan eficaces. Nos preguntamos primero si son percibidas por los adultos y, luego, si son interpretadas adecuadamente. ¿Hasta dónde se dan cuenta los adultos lo que le está pasando?

La omisión del niño como sujeto

Un dato interesante que vale la pena mencionar ocurrió cuando esta escena se presentó como Material de Análisis de Casos en el ámbito académico. En una clase sobre problemáticas de la Infancia, en el marco de un Seminario de Posgrado universitario al cual asistían profesionales de la educación inicial, se exhibió esta escena. Una de las participantes, educadora de nivel inicial que se desempeñaba en ese momento como directora de un jardín de infantes, contó que ella solía mirar esta novela. Dijo que se sentía profundamente conmovida porque al ver la escena en un contexto académico podía percibir que el niño se encontraba perturbado por la experiencia, le resultaba claro que no estaba actuando, que estaba asustado de verdad. Sin embargo, admitió que ya había visto la escena y que desde el lugar de espectadora no se fijó en el niño. Ella misma se preguntaba por qué no lo había visto antes. Su mirada estaba enfocada en el relato de la novela y no pudo ver lo que le pasaba al niño real. Considerando su formación y experiencia, ella misma confesó estar impactada por haber pasado por alto que el niño no estaba actuando. Esta explicación tiene un valor elucidante en la medida en que nos permite comprender un poco más cómo opera el fenómeno de la omisión del niño en tanto sujeto.

Si observamos los comentarios que algunos televidentes han subido a la página de internet para referirse a esta escena, vemos que por un lado perciben la perturbación del niño pero al mismo tiempo comunican una forma de aceptación.
Lo que sigue son algunos comentarios de los televidentes (tomados textualmente de la página de Internet)[3]:

“sí, se nota que estaba re asustado el nene, por favor no exageren, no filmen escenas tan pesadas delante del chico  :( “

 “(…) a mi me dio mucha pena el chiquito en aquel momento, casi lloré cuando lo vi en el medio de una escena con tanta crueldad. felicitaciones por la novela. pero otra vez les pido no exageren con la violencia gracias por publicar mis comentarios”

Estas expresiones revelan sin duda que hay un registro de que el padecimiento del niño es real. El primer espectador puede reconocer lo que siente el niño, pero luego solicita a los responsables que no exageren tanto, que no se exponga al niño a escenas tan pesadas. Como si un grado menor de exposición fuera aceptable.
En el caso del segundo comentario también se nota que hay empatía, el televidente se pone en el lugar del chico y dice que casi llora viendo la crueldad a la que quedó expuesto; pero al mismo tiempo felicita a los responsables por la novela. Ambos piden que se disminuya el nivel de dramatismo que se le imprime a las escenas en las que participa el niño, como si no pudieran cuestionar el hecho en sí mismo.
La publicación en la página de Internet de estos comentarios parece revelar algo más. Aparentemente, para los responsables de esta producción, el sufrimiento real y reconocido ocasionado al niño por su inclusión en escenas de violencia, no reviste gravedad alguna. Lejos están de considerarlo un hecho de abuso o al menos de plantearse esa posibilidad.
Por el contrario, la situación de violencia y el consiguiente padecimiento del niño expresado por los televidentes se exhiben a plena luz del día y sin pudor alguno.


Segundo ejemplo: Un bebé de pocos meses en un programa de ficción dirigido al público infantil

La escena se desarrolla en el marco de un programa de ficción dirigido al público infantil. Las imágenes muestran a una muchacha joven que representa a una especie de bruja moderna, es la villana de la historia que, sin embargo, presenta ciertos rasgos de arrepentimiento. Ella y su madre, una bruja mayor sin remordimientos que pretende enseñarle a la muchacha joven a comportarse con maldad, le han robado una bebé de pocos meses a la protagonista de la novela. Al comienzo la villana joven se muestra molesta con la presencia de la bebé, no sabe qué hacer con ella, la bebé llora acostada en una cuna y ella trata de darle una mamadera sin éxito. Como no puede calmarla decide llamar a la madre de la bebé por teléfono. Las imágenes muestran a la muchacha con una mano hablando por teléfono y con la otra mano levantada agarrando a la bebé boca abajo. La bebé así sostenida en el aire con una sola mano llorisquea quejosamente. La escena avanza con la conversación telefónica. La joven bruja dice con un tono desagradable “Insoportable tu hija igual que vos, no la aguanto más, cómo hago para callarla” entonces el quejido de la bebé se convierte en un llanto intenso. La escena se corta.
En otra escena la bebé está en brazos de la joven villana quien la sostiene en el aire con ambas manos levantadas mientras conversa con su madre acerca del rescate que van a pedir. La madre se retira. La joven queda a solas con la bebé la mira fijo elevada en sus brazos le pregunta qué le pasa con tono muy fuerte: “¿Qué me mirás así?” La bebé comienza a llorar, la joven revolea los ojos y  le grita: “¡Te hiciste encima otra vez cerda inmunda! ¿Qué querés que te mate?” luego, la acuesta sobre una cama para revisarle los pañales mientras le pregunta con tono de reproche por qué sigue llorando si no se hizo nada.
En otra escena la joven villana está recostada sobre la cama con la bebé acurrucada en sus brazos, la sostiene con ternura, la bebé duerme plácidamente. Entra en la escena la villana madre, se muestra enojada porque no aprueba lo que ve, ella le enseñó a ser mala le dice. Le saca a la bebé de los brazos, la niñita se despierta desconcertada y comienza a llorar. La mujer la levanta y la pone frente a su rostro, la sostiene con ambas manos mientras dice con tono fuerte: “Esta porquería va a ser mi ángel vengador te lo puedo asegurar” La bebé llora más fuerte, la mujer la mira fijo y le dice gritando con satisfacción: “ ¡Si, si! ¡Chillá chiquita chillá que cuando seas grande el pueblo va a tronar por vos mi amor!” Y luego ríe triunfante mientras la bebé llora.[4]

En este caso es imposible sostener que la bebé está actuando porque solo tiene unos pocos meses de vida. Cabe preguntarse entonces cómo percibe la pequeña esta experiencia. ¿En qué medida un bebé registra y es afectado por el tipo de intercambio que mantiene con un adulto? ¿Cómo logra un bebé procesar una experiencia de este tipo?
Lo que muestran estas imágenes es una bebé que llora o se calma según el trato que recibe. Cada gesto del adulto provoca una reacción en la pequeña. Se agita o se relaja, llora y grita o se duerme serenamente dependiendo de cómo la miran o cómo le hablan los adultos. El intercambio corporal no le resulta indiferente por el contrario parece reaccionar con extrema sensibilidad a cada uno de los gestos.

Diversos autores señalan que en las primeras etapas, el bebé no logra aún percibirse a sí mismo como un ser separado de la figura de la madre o figura de apego (Mahler, 1990). Al no poder discriminarse aún de la madre, se identifica con el clima afectivo que le provee la madre o la persona que lo cuida y lo alimenta. Debido a su extrema dependencia afectiva el mundo externo le es conocido a través de la persona que le provee los cuidados básicos.
El bebé percibe lo que ella siente a partir de un dialogo tónico que es una forma de comunicación que se establece entre el niño y el adulto a partir de la tensión y distensión del tono muscular. Es la primera forma de comunicación que según señala Ajuriagerra (1973) “preludia el posterior diálogo verbal (…) y se encarga de sumergir a la persona en la comunicación afectiva”.
Por ello, resulta de vital importancia el modo en que los adultos sostienen y manipulan a los bebés cuando les proveen los cuidados básicos.
F. Dolto, reconocida psicoanalista francesa, decía que “para el desarrollo y crecimiento afectivo del niño es más importante la forma en que le es dado el alimento, los murmullos y arrumacos maternales que acompañan a la materialidad de las satisfacciones corporales del bebé, que el rigor de la dosis, el horario o la higiene”. (Dolto, 1996)
Winnicott (1993; 1977) le otorga especial importancia a la influencia que tiene el ambiente en el desarrollo del psiquismo infantil. Afirma que la integración del yo depende de la forma en que el bebé es sostenido por el adulto que lo cuida. Estos conceptos permiten analizar y comprender lo que puede experimentar un bebé en una situación como la descripta.
Según Winnicot, el infante es un ser inmaduro que está constantemente al borde de una angustia intensa, una falla en la provisión de los cuidados ambientales tiene repercusiones en la constitución de su aparato psíquico. Un ambiente facilitador es aquel en el cual, quien ejerce la función materna, percibe las señales y las comprende. En los primeros meses de vida el sostén (holding) y la manipulación (handling) del bebé tienen gran importancia. El sostén protege en un sentido físico y también psicológico en la medida en que el sostenimiento del cuerpo es entendido como un acto amoroso, es una demostración temprana de amor y reconocimiento. Cuando se presentan dificultades en el sostén, el bebé irrumpe en un llanto angustiado por la sensación de inseguridad que le produce. Uno de los factores que produce angustia en esta etapa es el sentimiento de caída. Como afirma Winnicott:
Los bebés no recuerdan haber recibido un sostén adecuado, lo que recuerdan es la experiencia traumática de no haberlo recibido (Winnicott, 1993)
Con respecto a la mirada del bebé, en su libro “Realidad y juego” (1971), Winnicott se pregunta ¿Qué mira el bebé cuando mira el rostro de la madre? Un rasgo característico del bebé es el de mirar a la cara, ¿qué ve en ella? ¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? A modo de respuesta, Winnicott sostiene que en el desarrollo emocional el precursor del espejo es el rostro de la madre. Por lo general, al mirar el rostro de la madre el bebé se ve a sí mismo. Este es el comienzo de un intercambio significativo con el mundo.
Verse a sí mismo implica que el bebé se identifica con los estados emocionales de la madre, su rostro le aporta información valiosa para descifrar una experiencia.
Esta idea parece aportar a la comprensión de la escena que estamos analizando. El bebé mira el rostro de la muchacha que la tiene levantada en sus brazos. Inmediatamente ella se da cuenta y le pregunta “¿Qué mirás?” El problema es que le habla con un tono agresivo, su rostro está tenso y esto provoca el llanto de la pequeña.

En sintonía con los desarrollos de Winnicott, y complementando sus conceptualizaciones, Ana Tardos reconocida pediatra húngara, señala que la forma en que se toma contacto corporal con un bebé contiene numerosas informaciones. La ternura de la mano ejerce un papel muy importante, los movimientos tiernos y delicados expresan atención e interés, mientras que los gestos bruscos son una señal de desatención, de indiferencia o de impaciencia. Por otra parte, dice Tardos, los niños aprenden a tocar a los otros de la misma forma que han sido tocados. Allí radica el valor que este aspecto de la crianza tiene para el logro de un crecimiento saludable y para el desarrollo de formas respetuosas de vincularse con los demás. (Tardos, 1992)

Cabe ahora preguntarse ¿cuál es el límite? ¿Hasta qué punto se puede legitimar una práctica que perturba a un bebé, con el único propósito de ofrecer un espectáculo de entretenimiento para la televisión?
¿Son conscientes los directores, productores, actores de la importancia que tiene el modo en que sostienen y manipulan a un bebé?
¿Cómo se regulan los recursos que se utilizan en un set de televisión para provocar en el niño las emociones que mejor se avienen al argumento de un guión?

Acerca del mensaje que se transmite

Las escenas que se abordaron son apenas una muestra que invita a un debate en el que deberían participar todos los miembros de una sociedad, las familias y los especialistas, actores y espectadores, profesionales y técnicos.
No es la situación particular de un niño afectado por una experiencia mediática lo único que interesa. Nos preocupa, además, el mensaje que se transmite al presentar a la vista de todos, una forma de maltrato que no se reconoce como tal.
Los casos presentados no son únicos ni excepcionales, la falta de miramiento, la omisión del sufrimiento infantil es recurrente en otros ámbitos y en otras prácticas sociales. Nos ocupa especialmente el ámbito artístico porque la masividad que implica es sin duda un instrumento potente que contribuye a la creación de consensos que refuerzan y legitiman una forma de pensar al niño pequeño y sus procesos emocionales.
Una novela de ficción exhibe imágenes a un público masivo que, en la medida en que se convierte en espectador y seguidor del programa, acepta y consume las escenas que la televisión le propone.
Ya lo señalaba Umberto Eco en “La estrategia de la ilusión” (1994) los programas de ficción y no sólo los de noticias, son transmisores de ideologías en la medida en que sus enunciados refuerzan ciertas perspectivas de la realidad con preferencia de otras.
Toda práctica social se sostiene a partir de imaginarios que le dan sentido y estos sentidos operan como como organizadores de la vida de los sujetos. La omisión del niño como sujeto, la ausencia de miramiento ante su padecimiento y la falta de intervención son variables legitimadoras de una práctica social que no se conmueve por el padecimiento de los más vulnerables. Se transmiten significados acerca del niño que contribuyen a la reproducción y consolidación de creencias y sentidos acerca de la infancia.
Considerar la conexión que existe entre la difusión pública de una forma naturalizada de maltrato y los casos de violencia que se viven en nuestra sociedad podría indicar el camino para encarar el problema desde una perspectiva preventiva. Si, por el contrario, el maltrato se naturaliza, se refuerzan y consolidan las producciones de sentido que omiten la consideración del niño como sujeto.
No habrá cambios en las prácticas si no hay cambios en el imaginario social que las sostiene. Para ello es necesario producir un quiebre con nuestras formas habituales de pensar.

Acerca de las responsabilidades y la necesidad de intervención
El papel del estado

A comienzos del 2012 se llevaron a cabo presentaciones con referencia al primero de los casos descriptos ante dos organismos del Estado que tienen relación con la temática que nos ocupa. Por un lado, se realizó una presentación ante la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) organismo encargado de regular los servicios de comunicación audiovisual. Por el otro, ante la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) organismo encargado de velar por la protección de los derechos del niño.
A modo de consulta se solicitó que se analice el caso y se intervenga si se consideraba pertinente. Las respuestas de ambos organismos atendieron únicamente a aspectos formales del caso sin analizar la cuestión específica que se estaba presentando. Se consideró que se estaban cumpliendo los requisitos formales que indica la normativa para la participación de un niño en el ámbito artístico sin evaluar el posible padecimiento del niño que participaba de escenas con contenidos de violencia explícita.
En el caso del AFSCA, la respuesta hizo referencia a la legislación vigente sobre la regulación de los servicios audiovisuales y la protección de niños en ese ámbito para concluir que no era pertinente su intervención toda vez que el caso no es de su competencia debido a que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual únicamente se ocupa de la protección del niño televidente por los contenidos que reciben a través de la pantalla y no de aquel niño que participa de un programa de televisión. 
En abril de 2012 se realizó similar presentación ante la SENAF. A fines del 2013 mantuvimos una reunión con funcionarios y empleados del organismo en la cual se nos informó que el expediente estaba cerrado. No hubo una notificación por escrito. Luego la SENAF entregó un proyecto de dictamen sobre la consulta efectuada. En el mencionado proyecto se analiza ampliamente la normativa nacional e internacional relativa a la protección del niño contra el trabajo infantil y las regulaciones específicas sobre el trabajo infantil en el mundo artístico.
En este sentido, el organismo concluyó que el trabajo artístico infantil se encuentra permitido de acuerdo a la normativa vigente a los fines de garantizar la participación del niño en la vida cultural y artística pero se encuentra sujeto a la autorización de los padres del niño o representantes legales y a la autorización de la autoridad administrativa de trabajo.
El mencionado escrito en el apartado de análisis acerca de la cuestión planteada señala que, según las regulaciones vigentes, es necesario que se cumplan determinadas condiciones y requisitos que tienen como objeto la protección de los demás derechos del niño. Luego agrega:
 “A partir de lo expuesto, y teniendo en cuenta el debido respeto que el Estado debe guardar en relación a la responsabilidad primordial de los progenitores o representantes legales del niño/a en su crianza y desarrollo, la situación planteada respecto a la participación y/o trabajo del niño en el programa de televisión –más allá de la apreciación particular y subjetiva de la televidente que presenta el caso- carece en principio de elementos que, prima facie, se enderecen a configurar una amenaza y/o vulneración de derechos del niño que autoricen a éste organismo a intervenir en el caso”.

La respuesta de ambos organismos del Estado a la consulta realizada, se ha enfocado específicamente en las cuestiones vinculadas al cumplimiento de los requisitos formales y generales para la participación del niño en un programa de televisión.
Queda pendiente la pregunta acerca de si un niño pequeño que participa en escenas con contenidos de violencia explícita estaría actuando o bien podría verse afectado por esta experiencia.

Acerca del papel de los padres y otros responsables

A lo largo de estas reflexiones la pregunta que surge recurrentemente es acerca de la responsabilidad de los padres que deciden y autorizan que sus hijos participen en este tipo de experiencias. Efectivamente la normativa respecto a la autorización de los padres aparentemente se cumple y la responsabilidad de todo lo que sucede después recae sobre este hecho.
No sabemos cuán conscientes son los padres del significado que una experiencia de trabajo artístico puede tener en la vida de sus hijos. Desconocemos cuáles podrían ser las motivaciones profundas, las expectativas familiares, las razones económicas, psicológicas o sociales que alientan a los padres a exponer a sus hijos a transitar por una experiencia mediática.
En un artículo publicado en la Revista digital Anfibia, producida por la Universidad Nacional de San Martín se aborda la problemática de los padres y otros profesionales, artistas, técnicos que trabajan con niños en la elaboración de filmaciones en el ámbito de la publicidad. El trabajo titulado “La improbable fama de las criaturas agraciadas” señala la complejidad que presenta la cuestión familiar:
“Después de un reporteo intenso, la cronista Natalia Gelós y la doctora en Ciencias Sociales Carolina Duek concluyeron que afirmar que todos los padres que llevan a sus hijos a castings quieren “salvarse” es una simplificación que invisibiliza el complejo entramado de las historias de vida de cada familia. Para desmalezar un intrincado tema, escribieron juntas esta nota.” (29 de octubre, 2013).[5]
El artículo comienza describiendo el modo en que se filma una publicidad de pañales con la participación de un bebé a quien se lo hace llorar para luego calmarlo y obtener la escena requerida por el guión de la publicidad. Mientras sus padres, que firmaron la autorización, miran por una televisión desde otra habitación. Las autoras han registrado además el testimonio de una actriz que co-protagoniza la escena quien comenta acerca de las dificultades que se fueron presentando debido a que el llanto del bebé en principio no resultaba el adecuado para la escena prevista y que, por ello, tuvieron que repetir las tomas hasta conseguir el gesto esperado.
El trabajo aborda el complejo mundo de todos los sujetos involucrados en el ámbito de la publicidad y la televisión registrando el punto de vista de cada uno: desde las castineras que seleccionan y contratan a los niños hasta el coach, que acompaña la actuación para garantizar que los chicos hagan lo que se espera de ellos. Las entrevistas van revelando las cuestiones que acontecen en un set de filmación, la diversidad de vivencias y miradas subjetivas e implicadas, el detrás de la escena que se resume afirmando que: “Los sets de filmación se arman entre un mundo de deseos y dinero.” (Duek y Gelós, 2013)

La decisión de una familia es personal y del ámbito privado pero también es social porque ocurre en un espacio y tiempo socio-histórico y político. Una familia no está aislada de un contexto. Reducir el problema al ámbito privado y personal nos lleva a evaluar o diagnosticar ciertas prácticas de crianza en términos de grados salud o patología personal y/o familiar. Pensar que la responsabilidad empieza y termina con los padres de un niño sería una privatización el conflicto y una simplificación del problema. El tema de los padres y el deseo de ver a sus hijos involucrados en una experiencia mediática debe ser abordado en un contexto más amplio el de una sociedad que ubica el éxito, la fama y el dinero en el centro de las expectativas de logro.

Norma Aleandro, reconocida y premiada actriz argentina, entrevistada en el programa periodístico “Pura Química” relata una experiencia infantil que ella misma titula como su debut en el teatro y que confiesa que le llevó mucho tiempo digerir. Cuenta que sus padres eran ambos actores, viajaban mucho por razones de trabajo y ella y su hermana quedaban al cuidado de su abuela. Una tarde la abuela decide llevarla al teatro en el cual sus padres presentaban una obra: Flor de Durazno. Ella tenía apenas 3 años y medio y nunca antes había ido a un teatro. Mientras recorría los camarines se encuentra con su padre quien estaba vestido de gaucho.
Resulta que la niña que debía desempeñar el papel de la hija de sus padres en la obra estaba enferma y no iba a asistir. El padre decide entonces que Norma debía tomar su lugar. Cuenta Aleandro que la llevaron a un lugar y la vistieron con la ropa de la niña que le quedaba grande y le parecía horrible, le pusieron unos zapatos que también le quedaban grandes. Dice que se sentía desesperada porque no entendía nada. Luego relata: “Me entran al escenario y me asusté porque veía un lugar oscuro desde donde escuchaban voces pero no se veía a nadie”.
No le habían explicado nada. Estaba allí en el escenario y de pronto la toma en sus brazos un señor vestido de cura. Ella lo conocía porque lo había visto antes en su casa. La sostiene en sus brazos porque el padre se empieza a pelear con su madre de muy mala manera. Dice que se quedó “helada” porque se decían cosas espantosas que en la casa no se decían.
Luego, su padre la agarra de los brazos del cura para tirarla por una ventana. Si bien la ventana estaba pintada en el escenario el agujero estaba. “Yo no podía creer que mi padre me quisiera tirar por una ventana” relata Aleandro. Ella quería mucho a su padre y no podía creer lo que le estaba sucediendo. Ahí empezó a gritar, entonces la agarra el cura nuevamente y en ese momento su madre se desploma en el suelo con los ojos cerrados. Ella se tira encima de la madre, llorando y gritando. Entonces, desde ese lugar negro se escucha una ovación. Era el público que veía a una niña tan pequeña interpretando tan bien el papel. Ella gritaba “¡mamá, mamá!” y lloraba y la madre … nada, no se movía estaba muerta.
Ese fue su debut en teatro. Por muchos años cuenta, no quiso ir nunca más a un teatro. “La pase muy mal” dice la actriz. Su abuela estaba indignada con sus padres por lo que le habían hecho a ella.
Esta historia conmovedora y el modo en que la relata Norma Aleandro nos lleva de la mano al mundo infantil, nos hace sentir lo que un niño pequeño puede sentir. Nos habilita a un ejercicio de empatía, nos invita a ponernos en su lugar. Ella nos cuenta su punto de vista, su desesperación de un modo tal, que ya no es posible sustraerse.
También nos muestra que aún los padres que aman a sus hijos, aquellos que se comprometen responsablemente y desean lo mejor para ellos, pueden cometer errores. Estos errores llevan una marca de época, no son sólo cuestiones privadas del ámbito familiar. Estas formas de tratar a los niños pequeños acontecen en el contexto de una sociedad que aún no se convence de que el niño es una persona, un sujeto vulnerable que necesita permanentemente asistencia amorosa, miramiento y ternura.
Allí donde los padres, sometidos a sus propias tensiones y ansiedades, sujetos a modelos heredados que reproducen sin darse cuenta, atravesados por imaginarios sociales que se imponen y gobiernan sobre los propios deseos, se pueden confundir, debe haber un Estado presente. Un Estado capaz de intervenir, observar, asistir, regular y crear las condiciones necesarias para producir nuevas significaciones acerca de la infancia temprana.

A modo de cierre
Participamos decepcionados de una sociedad que una y otra vez nos muestra sus fallas éticas. Los mensajes que se transmiten por los medios masivos de comunicación participan activamente en la construcción de imaginarios sociales que gobiernan sobre nuestras prácticas. El valor o el desprecio por el buen trato y la ternura no son cuestiones ajenas a la construcción de una sociedad fundada en valores éticos.
Fernando Ulloa (1995) desarrolla la importancia del buen trato y la ternura de un modo tal que nos permite establecer las conexiones entre el buen trato y la construcción de un sujeto ético.
Dice Ulloa (1995) que:
(…)  el cuidado y la educación de niños pequeños no puede desvincularse de una práctica social basada en relaciones entre sujetos capaces de crear vínculos de miramiento e interés amoroso que provean reaseguros de buen trato y de ternura, entendida como instancia fundadora de la condición humana. (…) Tener miramiento, es mirar con amoroso interés a quien se reconoce como sujeto ajeno, distinto a uno mismo.
(…) La ternura debe tener prioridad en tanto motor de la cultura es el gesto que se imprime en el sujeto infantil. Habitualmente se la identifica con debilidad, con los aspectos débiles del amor. Sin embargo la ternura es el escenario mayor donde se da el pasaje del ser sujeto a la condición humana. En sus suministros se forja el sujeto ético. (Ulloa, 1995)

Es necesario enfatizar el hecho de que el problema que se ha planteado es extremadamente complejo y por tanto, todo abordaje que se pretenda será siempre un abordaje inacabado. No se espera con este trabajo agotar la temática sino apenas aportar algunas reflexiones para instalar un debate.


Bibliografía citada y de referencia
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Autora: Claudia Gerstenhaber
C.V.  Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación, Especialista en Formación de Formadores, Facultad y Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA) Docente del Seminario Educación Temprana en la Maestría Problemáticas Sociales Infanto Juveniles, UBA. Investigadora en temas de Infancia temprana y prácticas institucionales, Programación Científica 2012/2013 de UNTREF. Coordinadora y Profesora de Proyectos de Formación de grado y posgrado para educadoras de Nivel Inicial. Autora de: Los Límites, un mensaje de Cuidado y Educar y Cuidar en el Jardín Maternal y otras publicaciones que abordan la problemática de la educación de niños pequeños





[1] Las imágenes aquí descriptas pueden verse en el siguiente enlace: http://www.eltrecetv.com.ar/herederos-de-una-venganza/00050606/la-locura-de-benicio-no-tiene-limites

[2] Para ampliar estos conocimientos se pueden consultar los desarrollos de Jean Piaget y Lev Vigotsky con referencia a las capacidades de formación del símbolo en el niño y el desarrollo de los procesos psicológicos superiores respectivamente.
[3] El enlace para leer todos los comentarios de los espectadores es el siguiente: http://www.eltrecetv.com.ar/herederos-de-una-venganza/la-locura-de-benicio-no-tiene-l%C3%ADmites_019160

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